México D.F., (diablos.com.mx) 1 de marzo. Con ventaja de 3-0 desde la primera entrada del segundo juego del domingo 17 de julio de 1966, Alfredo Ortiz siguió poniendo ceros. Una carrera más de los Diablos Rojos en la cuarta entrada con sencillos de Pilo Gaspar y “Tawa” Lizárraga, para remachar con otras tres en la quinta que les dieron una gran ventaja de 7-0, ya un score de paliza.
En este nuevo ataque los principales batazos fueron un triple de Luis Peralta, un joven que catcheaba y podía jugar otras posiciones, así como un hit del Abulón Hernández.
Al pasar de los innings los Tigres tuvieron sus oportunidades de conectarle el primer hit al zurdo Alfredo Ortiz que los estaba dominando con un gran trabajo. El joven lució como un estrella veterano aquel domingo y no había ninguna duda que había dejado atrás las lesiones del principio de su carrera.
En la segunda entrada el yucateco Ramiro Rubio Harrison conectó una fuerte línea que lucía hit, pero el primera base Bobby Treviño, muy alto de estatura, dio un gran brinco para quedarse con la pelota en una gran jugada. Treviño era considerado prospecto de Grandes Ligas y dos años después, en 1968, tuvo sus juegos con los Angeles de California en que bateó nueve hits en 40 veces al bat para un promedio de .225, siendo un doblete su único extrabase en el mejor Beisbol del mundo.
En 1967 jugó con El Paso, sucursal de Angelinos en la Liga de Texas, clase doble A, bateando .268 con tres jonrones y 28 empujadas,
En 1968 fue promovido a triple A con los Renos de Seattle en la Liga de la Costa donde dio para .251 con tres jonrones y 31 empujadas, recibiendo entonces la oportunidad de Ligas Mayores en 17 partidos.
Para 1969 estuvo bien con El Paso de la Liga de Texas con .314, seis cuadrangulares y 92 carreras empujadas, pero para 1970 lo regresaron a la Liga Mexicana con los mismos Diablos Rojos.
Curioso que Ramiro Rubio era rubio como su apellido y los Tigres estaban seguros que iba a tener una gran carrera como jardinero y bateador en la Liga Mexicana.
En la cuarta entrada dos muy buenos lances del joven torpedero Abulón Hernández evitaron un hit felino. Primero fue hacia atrás para robarle a Kiko Castro lo que parecía un “texas”, atrapando la pelota de espaldas al plato ya metido en el jardín izquierdo.
Más adelante en ese mismo inning y con un tigre en primera base, Obed Plascencia, al que llamaron “el gordo de oro”, conectó un fuerte batazo entre tercera y short, por el mismo hoyo, pero Abulón Hernández fue hacia su derecha y después de atrapar logró tirar a segunda para la jugada forzada. Así que la buena defensa de los Diablos había evitado tres oportunidades de hit por parte del Tigres.
Después de jugar las paradas cortas por algunos años, el alto mando escarlata descubrió que Abulón era mejor en la segunda base que en el short, en donde era bastante errático. Y ya como segunda base se convirtió en uno de los mejores jugadores de esa posición en la Liga Mexicana de entonces.
El juego era de siete entradas al ser parte de una doble jornada y desde un año antes la Liga Mexicana había aprobado una idea del doctor Alvaro Lebrija, propíetario de los Charros de Jalisco, para que los dos encuentros del domingo fueran de siete innings.
Antes se jugaba uno de los dos partidos a siete entradas y el segundo a nueve, ya que era la costumbre en todas las Ligas Menores en aquel entonces.
Al paso de los años todas las ligas menores americanas decidieron utilizar el sistema que había probado la
Liga Mexicana de que los dobles juegos fueran a siete entradas cada uno. Solamente en Ligas Mayores aun los dobles encuentros tienen que ser de nueve innings.
El partido llegó a la séptima entrada con los Diablos ganando 7-0 y lo más importante era que Alfredo Ortiz había quedado a solamente tres outs de lograr el juego sin hit ni carrera, el sueño de cada lanzador. Y siendo un juego sin hit contra el gran rival Tigres, era todavía una hazaña más grande.
Continuará.